Algo que he notado en algunas reseñas de películas modernas, es la popularidad de la frase “cuento de hadas para adultos”. Creo que la película a la que con mayor facilidad se le ha asociado con este término hasta la fecha es “El Laberinto del Fauno” (2006) de Guillermo del Toro. Ejemplos de otras películas a las que, digamos, les queda el saco son “Magnolia” (1999) de Paul Thomas Anderson, “El Curioso Caso de Benjamin Button” (2008) de David Fincher y, en menor grado, “Los Niños del Hombre” (2006) de Alfonso Cuarón. Me parece que los elementos que todas estas películas tienen en común, y que las han llevado a ser portadoras de la misma etiqueta son la mezcla de elementos reales y fantásticos sacados de mitologías específicas para darle a cada cual su propio aire especial, la curiosa capacidad de los personajes de las mismas para aceptar los elemento fantásticos sin cuestionarlos, la seriedad y plausibilidad con la que los elementos de ambos mundos son tratados, entre otras que llevan a que estas películas se vean como se lee a Juan Rulfo y Gabriel García Márquez. En pocas palabras, los cuentos de hadas para adultos son el realismo mágico del séptimo arte.
“Fauno”, por ejemplo, se caracteriza de las demás por tomar los elementos mitológicos, no de un país, un pueblo o una cultura, sino de todo un continente. El ya-folclor de Lewis Carroll, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen y todos los otros autores cuyo trabajo haya sido animado por Disney en algún momento, con un poco de mitologías griega y cristiana crean el innegable producto de una amalgamación netamente europea. El fauno mismo, por ejemplo, no es sino el nombre y la adaptación latina de los míticos sátiros griegos. Ofelia, la protagonista de la película, descubre algo que ni tenía idea que estaba buscando, precisamente gracias al hecho de perderse en un laberinto, algo en lo que un tal Teseo le lleva ya al menos un buen par de milenios de ventaja. El Hombre Pálido (el mono ese con ojos en las manos) y las ilustraciones de su guarida no se verían ni remotamente fuera de lugar en las fantásticamente absurdas imágenes de los maestros holandeses del siglo XVI Jheronimus Bosch y Pieter Bruegel el Viejo, o en esos grabados eclesiásticos que parecen adornar todas las copias de “La Divina Comedia” habidas y por haber, mientras la guarida misma es románico puro. Desde el antiguo Israel ya se vinculaba a la mandrágora con la fertilidad y a los placeres de la comida y bebida con el pecado mismo. A toda esta mezcla le agregamos trenes, tortura, huérfanos, infanticidio, bosques, bosques, bosques y acentos españoles y la única manera en que podría más obviamente ser una carta de amor al viejo continente sería si, antes de los créditos finales, las palabras “esta es una carta de amor al viejo continente” aparecieran mientras, digamos, Beethoven se escucha en el fondo.
Con tanta afinidad y cariño por el material base, pero indudablemente más moderno, “Benjamin Button” aborda la vida de un personaje con la curiosa característica de no envejecer, sino todo lo contrario. La historia corta homónima en la que se basó la película fue escrita por un estadounidense brillante de nombre F. Scott Fitzgerald (y sí, esas palabras subrayadas son un enlace a la historia original, no es tan larga, así que hazte un favor y da click en ellas) pero a diferencia de la película, no está centrada en Nueva Orleans, una ciudad tan estadounidense que de sólo mencionarla se escuchan banjos y acordeones de zydeco en la distancia; sino en Baltimore, una ciudad tan estadounidense que de sólo mencionarla se escucha jazz en la distancia. La película empieza con revolución industrial, progreso, el fin de una guerra, fuegos artificiales, blanco, azul, rojo, barras y estrellas por siempre. Continúa con un poco de racismo ablandado para no ofender a nadie, un predicador negro gritón vestido como en coronel de KFC, milagros de carpa de circo y góspel. Por si no te has dado cuenta aún, “Benjamin Button” es americana pura. Y es que es fácil olvidarse de que aún un país tan nuevo como Estados Unidos tiene su propia mitología, que no sólo existe, sino que también es sorprendentemente diversa y congruente con las sencillamente enormes dimensiones de ese país. Los juegos de palabras con el apellido de Button y la compañía botonera de su padre parecen sacados del mismísimo Dr. Seuss. El personaje de Benjamin, tanto el literario como el fílmico, tienen su lugar innegable junto a otros como Paul Bunyan, Pecos Bill, Johnny Appleseed y el contemporáneo Forrest Gump como figuras del folclor estadounidense del pasado y presente. De hecho, las películas de las vidas de este último y Benjamin Button comparten más que sólo un par de similitudes, lo que ha llevado a innumerables comparaciones entre ambas.
Y es que sí, efectivamente ambas son bildungsromans de cajón, llevándonos a lo largo de dos vidas enteras, de la inocencia a la madurez. La inocencia de uno que sencillamente es demasiado lento para no ser inocente, y la del otro, que transgrede las barreras entre la inocencia de la niñez en la que no se conoce nada porque no se ha visto, y la de la vejez, en que no se conoce nada porque lo que se conocía quedó atrás. Ambas películas muestran el cambio de un país a través del tiempo, especialmente tras una guerra (Vietnam y la Segunda Mundial, respectivamente) pero desde los ojos de los personajes mismos. Ambas celebran la cultura del país a través de la música, las artes, el territorio, los medios de comunicación y sí, hasta la nostalgia de dejarlo atrás. Ambos personajes muestran una propensidad a que, digamos, las cosas les caigan del cielo. Ambas historias son, en lo más profundo de sus guiones, meras historias de amor. Pero los paralelos importantes acaban ahí, y aún así no me parecen los suficientes, ni lo suficientemente fuertes para la popularidad de la comparación.
Y es que la diferencia más básica e importante entre ambas películas es que no hay nada sobrenatural en “Forrest Gump”. Hay coincidencias al por mayor, claro, pero esas hay en prácticamente toda la ficción jamás escrita. Pero no, en “Benjamin Button”, el hecho de que el personaje juvenezca naturalmente le da un aire totalmente antinatural a todo el asunto, y es justo ahí donde entra la característica más clara del realismo mágico de la historia. A nadie parece importarle. La madre adoptiva, el padre natural y hasta el amor de la vida de Benjamin actúan a lo largo de la película como si el hecho de que el muchacho vaya todo alrevesado fuera lo más normal del mundo. De hecho, en retrospectiva, el padre probablemente lo abandona a su suerte más por feo que por anormal. Personalmente encuentro exactamente en esto el punto más fuerte del cuento de hadas, y el punto más débil de la película como tal. Las implicaciones de una persona yendo por el proceso biológico de atrás para adelante (y sin embargo viniendo de y yendo hacia el mismo lugar al que vamos todos) dan para muchas divagaciones intelectuales. Se puede hacer un análisis de la compleja psicología de una persona que se ve a sí misma creciendo de una manera diferente a los demás, así como de la percepción de todas las personas que lo rodean. Se puede teorizar mucho sobre los paralelos de las etapas de la vida como la infancia con la senilidad, la madurez con la pubertad. Se pueden hacer demasiadas cosas con un tema así que tengo que aplaudir la decisión de los realizadores de hacerlas todas de la manera más sencilla posible. Mostrándolas de la manera más superficial posible o ignorándolas del todo para permitir que el propósito último se lleve a cabo. Permitir que la historia se cuente. Y nada más.
“Magnolia” es también un caso muy curioso. A lo largo de sus sorprendentemente ligeras 3 horas de duración, la película parece explorar, por sobre todas las cosas, los límites de cómo se puede contar una historia. Es larga, es implacable por media hora, un poco tediosa y aburrida durante la siguiente hora y media y la última hora es nuevamente implacable y jodidamente rara. Lo más impresionante es que es totalmente realista, con sólo una pequeña introducción sobre las coincidencias que ciertamente es más absurda que extraña hasta poco antes del final. Imagina ver una telenovela, es como todas las telenovelas jamás hechas, sólo que en los últimos capítulos hay una invasión marciana y la pobre sirvienta enamorada se ve luchando por su vida contra monstruos verdes de muchos tentáculos. Sí, así de drástico es el cambio en “Magnolia” cuando, en un momento, el drama y la carga emocional han llegado a un nivel tan intenso que literalmente lo único que puede romperlo es que todos los personajes empiecen a cantar la misma canción al mismo tiempo. Y que después lluevan ranas.
Así es, la conclusión al tremendo drama de padres e hijos, enamorados y enamoradas, corazones rotos, mentiras, drogadicciones, incomodidad insoportable, humor incómodo y Tom Cruise siendo Tom Cruise es una lluvia de ranas que sale de la nada. Y sin embargo, lo más mágicamente realista del asunto es que la absurdez de este último fenómeno funciona tan perfectamente con la realidad de todo lo que le precede. En este caso también, siendo la redención uno de los temas esenciales de la película, y notando el obvio paralelo entre la lluvia de ranas y cierto evento mitológico, es claro que la mitología a seguir de “Magnolia” es nada más y nada menos que la bíblica misma.
Por último, “Los Niños del Hombre”, notable por ser la única de todas las películas discutidas aquí que no tiene un pasado o presente ligeramente atemporales como fondo, sino un curiosamente plausible futuro, es también la segunda película mencionada en ser adaptación de una obra literaria. La novela homónima es del autor británico P. D. James y, considerando que aún no la he leído, no puedo comentar mucho al respecto. El caso de la película sin embargo me parece muy especial porque precisamente parece ser que, por más que algo sea claramente realismo mágico, si se coloca en el futuro se vuelve ciencia ficción. Ahora hay que distinguir un poco entre los dos tipos de ciencia ficción que puede haber. La primera es la ciencia ficción “dura”, libros enteros detallando exhaustivamente y con minuciosidad los posibles efectos sobre la vida si, digamos, los elevadores especiales fueran una realidad, o si la Tierra fuera una ecumenópolis, y que raramente se presentan como novelas, usualmente tomando la forma de ensayos. Las otras son las historias de ciencia ficción. Naves especiales que funcionan gracias a una minuciosamente imaginada red de combustibles, métodos de propulsión y otras cosas a muchos años de ser científica o económicamente posibles. “Niños del Hombre” es una mezcla curiosa de ambas, hubo avances tecnológicos pero anclados en la plausibilidad, y estos, junto a la humanidad como tal, quedaron estancados en el momento que el último nacimiento humano fue también la última esperanza del mundo. De igual manera, a pesar de haber una historia y de ser contada magistralmente, hay más que solo un poco de análisis sobre cómo sería el mundo si algo tan lejano y brutal como los seres humanos perdiendo la capacidad de reproducirse.
No hay duda alguna de que algo tan drástico no puede ser sino fantasía, y sin embargo “Niños del Hombre” es la más realista de todas las películas mencionadas aquí. Esto se debe, en primer lugar al estilo cuasi-documental de realización así como a la mitología de donde saca sus recursos. Esta mitología es nada más y nada menos que el colectivo de trabajos sobre un futuro distópico creados por británicos. De “1984” de George Orwell a “Brasil” de Terry Gilliam y, hasta cierto punto el absurdo, hilarante pero pensante universo de la “trilogía” del “Autoestopista Galáctico” de Douglas Noel Adams, no hay mucha duda sobre el hecho de que los británicos conocen sus distopias (y sus burocracias) como ninguna otra nacionalidad en el mundo. Personalmente, creo que “Niños del Hombre” es el claro último ejemplo de los cuentos de hadas para adultos ya que traspasa los límites entre este tipo de historias, la ciencia ficción y la ficción especulativa como ninguna otra película lo había o, hasta ahora, lo ha hecho.
Cabe mencionar por último que hay trabajos que también pueden ser acreedores al título de “cuento de hadas para adultos” en la animación, principalmente la japonesa, pero no podría ni empezar a escribir sobre animación sin echarme al menos otras 2,000 palabras. Así que eso lo dejaremos para otra ocasión.
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A trend I’ve noticed in current film reviews is the popularity of the term “adult fairy tale”. I also think the movie most easily identified as such so far has been Guillermo del Toro’s “Pan’s Labyrinth” (2006). Clear examples of other movies to be thrown in the same sack would include Paul Thomas Anderson’s “Magnolia” (1999), David Fincher’s “The Curious Case of Benjamin Button” (2008) and, to a lesser degree, Alfonso Cuarón’s “Children of Men” (2006). Apparently, the common elements to all this films would be the mixture of realistic and fantastic elements from a determinate mythology that grants each its own special air, their characters’ curious ability to unquestioningly accept the fantastic elements, the seriousness and plausibility with which both worlds’ elements are treated, amongst other which make the watching of this films an experience similar to reading Juan Rulfo or Gabriel García Márquez. Basically, “adult fairy tales” would be film’s very own magic realism.
“Pan’s Labyrinth”, for example, distinguishes itself from all the other films in this list by taking its fantasy not from a culture or people’s mythology, but an entire continent’s. Lewis Carroll’s, the Grimm brothers’, Hans Christian Andersen’s and just about any author ever animated by Disney’s now-folklore mixed with some Greek and Christian mythologies create the undeniable product of an utterly European amalgamation. The faun itself, for example, is no more than the Latin version and name of Greece’s own mythical satyrs. Ofelia, the film’s protagonist, finds something she didn’t even know she was looking by getting lost in a labyrinth, an act at which a youngster by the name of Theseus has her beaten by a couple of millennia. The Pale Man (hands-eyes dude) and its lair’s illustrations wouldn’t look even remotely out of place on the fantastically absurd works of sixteenth-century Dutch masters Jherominus Bosch and Pieter Bruegel the Elder or the ecclesiastic woodcuts that seem to adorn every edition of “The Divine Comedy” ever made, while the lair itself is pure Romanesque. Since ancient Israel, mandrakes have been associated with human fertility, while the pleasures of food and drink have done to the same to sin itself. We add trains, torture, orphans, infanticide, forests, forests, forests and Spanish accents into the mixture and the only way the end product could more obviously be a love letter to the Old Continent would be if the words “this is a love letter to the Old Continent” showed up on screen before the credits while, let’s say, Beethoven plays on the background.
With as much love and affinity for the source material, but undoubtedly more modern, “Benjamin Button” deals with the life of a character with the unusual characteristic of not aging, but rather doing the very opposite. The eponymous short story on which the film is based was written a brilliant U.S. author by the name of F. Scott Fitzgerald (and yes, the blue words on the back there are a link to the story itself, it’s not too long so do yourself a favour and read it) but, unlike the movie, which is based on New Orleans, a city so U.S.-y that just mentioning it makes banjos and zydeco accordions sound on the distance; the story is based on Baltimore, a city so U.S.-y that just mentioning it makes jazz sound on the distance. The movies begins right away with industrial revolutions, progress, the end of a war, fireworks, blue, red, white, stars and stripes forever. It’s followed by some racism watered-down enough for no one to get offended, a screaming black preacher dressed like the KFC Colonel, circus tent miracles and gospel. If you hadn’t noticed yet, “Benjamin Button” is pure Americana. And it’s easy to forget that even a country as new as the U.S. has its own mythology, not only existent, but also very diverse and quite congruent with the country’s simply enormous size. The plays-on-words with Button’s last name and his father’s button factory are nothing of reminiscent of Dr. Seuss, while Button himself, filmic and literary versions, has an undeniable spot right next to Pecos Bill, Paul Bunyan, Johnny Appleseed and even the contemporary Forrest Gump as figures of United States folklore of past and present. In fact the films detailing the fictional lives of this last character and Benjamin’s own have led to countless comparisons between the two.
And yes, both are textbook bildungsromans, leading us through two entire lives, from innocence to maturity. The innocence of one quite simply too dim-witted not to be innocent and the other’s, breaking the barriers between the innocence of childhood where nothing is known because it hasn’t been seen yet and that of old age where all that was known has been left behind. Both movies show a country’s passage through time, specially in the aftermath of a war (Vietnam and WWII, respectively) but through the eyes of the characters themselves. Both celebrate the country’s culture through music, arts, territory, media itself and even the nostalgia of leaving it all behind. Both characters show a propensity to, let’s say, having things happen to them by divine mandate. Both stories are, at their utmost core, mere love stories. But all noteworthy parallels end there and yet, to me at least, don’t seem enough to grant the comparison such popularity.
And it’s that the most important difference between both works is the lack of any supernatural elements in “Forrest Gump”. Coincidences abound, but this is the case for practically every bit of fiction ever written. But no, as in “Benjamin Button”, the title character’s natural process of getting younger gives the whole affair a completely unnatural quality and it’s right here that the story’s most magically realistic characteristic kicks in. Nobody seems to mind. Benjamin’s adoptive mother, natural father and even love of his life all act like the bloody kid going all backwards-like was the most normal thing ever. In fact, retrospectively, it seems the father leaves him up to his own luck more on account on his ugliness than on his abnormality. I personally find this illustrative of the fairy tale tag’s strongest point also one of the movie a such’s weakest. The implications of a person going through the whole biological process of life the other way around (yet going to and coming from the same spot as us all) give quite the leeway for intellectual divagations. The complex psychologies of a person growing in a way opposite to that of everyone around him as well as those of all who surround him could be heavily analyzed. The parallels between the different stages of life, like infancy with senility, maturity with puberty could be heavily theorized. There’s just too many things that can be done with such a topic that I must simply applaud the decision of everyone involved in the movie who made it so that all this possibilities were done in the simplest possible way: superficially or not at all. And this all to allow the film’s ultimate purpose to take place, this all to let the story be told. Nothing more.
“Magnolia” is quite the curious case as well. Through its surprisingly light 3 hours, the movie seems to explore, above all, the limits of storytelling. It’s long, relentless for its first half-hour, rather tedious and boring for the next hour-and-a-half only to end in an also relentless and weird-as-fuck final hour. The most impressive thing of the whole ordeal is just realistic it all is, with the sole exception of the more-absurd-than-weird introduction on coincidence. Imagine watching a soap opera, it’s like every soap opera ever made, until the final three episodes, where out of nowhere the maid that was actually gonna find true love and get rich in the process finds herself fending off many-tentacled green monsters. Yup, that’s just how drastic the change in “Magnolia” is when the drama has reached a boiling point so precarious, so strong that the only thing that’ll get it out of it will be all the characters randomly bursting into song, the same song. Followed by a rain of frogs.
You read right, the ending to this huge fathers-and-sons, lovers-and-unrequited-fellows, broken hearts, lies, drug addictions, unbearable awkwardness and awkward-humored and Tom Cruise being Tom Cruise drama is a frogstorm coming straight out of fucking nowhere. The most magically realistic part of it all? How well this magical phenomenon fits the preceding realism. In this case as well, considering that redemption is such an important theme to the film, and that the frogstorm shares a few things with quite the well-known mythic event, it becomes clear that “Magnolia”’s founding mythology is the biblical one.
Finally, “Children of Men”, notable for being the one movie here not to be set in a slightly timeless past or present, but in a curiously plausible future, it’s also the second one to be based on a literary work. P. D. James’s eponymous novel won’t be discussed here as I haven’t read it yet. The movie however, is quite special to me, as it seems that it doesn’t matter how clearly magically realistic a film is, if it’s set in the future, it’ll be considered science fiction. Now comes the time to distinguish between two different types of possible science fiction which could influence “Children of Men”. “Hard” science fiction are works rarely written in novel form, and which more often take the form of essays and deal in exhaustively detailed manner on the implications of scenarios like space elevators being commonplace or Earth being an ecumenopolis. The others are “soft” science fiction stories, where conveniently human extraterrestrial beings travel around in thoroughly imagined ships with their own fuel and propulsion systems, still countless years away from being scientific or economically possible to our world. “Children of Men” is curiously influenced by both, as there were scientific advances, anchored in plausibility, later left to rot away along with the last modicum of human hope when the last human being was born. Also, despite being a story whose priority is getting told, there’s quite a bit of actual theorizing on how the world would really react to something as far-off, brutal and fantastic as human beings losing the ability to reproduce.
There’s no denying the fantastic quality of something so drastic, yet “Children of Men” easily comes off as the most realistic of all the films mentioned here. This is thanks to, in first place, its quasi-documentary realization style, and in second place to just which mythology it takes its queues from. This mythology is none other than the collected dystopian works of several British authors. From George Orwell’s “Nineteen Eighty-Four” to Terry Gilliam’s “Brasil” and even going through Douglas Noel Adams's absurd-and-hilarious-yet-thought-inducing “Hitchhiker Trilogy”, there’s little doubt as to whether Brits know their dystopias (and bureaucracies) like no other people in the world or not. I personally think “Children of Men” is worthy of the distinction of being the last “adult fairy tale” to be discussed as it’s the one that blurs the boundaries between other adult fairy tales, science fiction and speculative fiction like no other film had, and even today, has so far.
Worthy of mention is the fact that some works of animation, specially those of Japanese origin, can also be worthy of the “adult fairy tale” title, but I couldn’t even begin writing about animation without taking up other 1900 words, so we’ll have to leave it at that.